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Matías
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28 de septiembre de 2009
13:38
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Son merecedores del mayor de mis respetos aquellas personas que son capaces de reconocer cuando un queso roquefort está realmente podrido.
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Matías
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26 de septiembre de 2009
18:35
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Cuando era más chico me preguntaba cómo era que a los científicos no se les había ocurrido inventar un aparato que separara el oxígeno del hidrógeno para hacerles la vida más fácil a los pobres buzos.
Hoy, que ya sé lo del ratón Perez y los reyes y que ya cursé Análisis Económico, me doy cuenta que el negocio de los tubos de oxígeno debe seguir siendo muy rentable.
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Matías
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25 de septiembre de 2009
0:12
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Jueves de por medio viene una señora que muy amablemente limpia mi casa a cambio de una ración de mi salario. La verdad es que este rito cierra por todos lados desde mi punto de vista. Ella es de muchísima confianza por lo que los miércoles yo me encargo de dejar un juego de llaves que ella recogerá al día siguiente y usará para abrir la puerta.
Todas las mañanas de aquellos jueves de por medio me encargo de dejar el dinero necesario y un papelito sobre la mesa de la cocina, debajo de un matecito de loza que compré cuando era más adolescente y que tiene dibujada la cara del mono mario. No Mono Mario, sino mono mario. En el papelito siempre dejo algo escrito... alguna indicación, pedido, comentario o sugerencia. Voy a ser sincero: el mensaje de hoy lo podría haber obviado. Es cierto, le dije casi lo mismo que la vez anterior y, si no hubiera dejado nada dicho, ella habría sabido qué hacer. Estoy seguro. Pero a veces uno genera un cariño particular con la gente. Y tiene formas también particulares de demostrarlo, claro. Para mí ese papelito hace la relación un poco menos impersonal. A ver... ella viene, limpia y se va. Yo no la veo nunca. Y, lo cierto es que ambos somos personas y nunca está de más una demostración de afecto. Muchas veces, para darme cuenta de si una persona me importa o no, pienso cómo me pondría si esa persona se muriera. Entonces yo digo "Me importa, o sea... si se muere, me pongo mal". Y yo... la verdad que me pondría bastante triste si ella se muriera. De manera que decidí establecer un lazo afectivo a través de un papelito que le dejo debajo de un mate.
Esto del blog da una suerte de anonimato o, al menos, no ver la cara del interlocutor. A ella no puedo contarle esto. Pero estoy a sólo un par de jueves de que se me acaben las indicaciones y tenga que dejarle un papelito que, con la más absurda honestidad, diga "Mari, hoy no tengo nada para decir. Besos, Mati".
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22 de septiembre de 2009
23:57
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Tengo que admitir que esta soledad autoimpuesta no sólo aporta experiencias circenses y jocosas como convivir con fruta fermentada en la heladera, lavaderos inundados y vecinos que probablemente no deseen verme pasear desnudo por mi comedor. Es también un acento. Quiero decir, saber que desde el rincón más recóndito de tu casa hasta la puerta sólo estás vos, te expone de tal forma que a veces es preferible dormir en una cama de hielo.
Pero también hay que ser conciente de las sonrisas camufladas, de la felicidad escondida.
Yo no sé definir la felicidad pero sí sé que hay momentos en los que me sorprendí feliz. No estoy hablando de amor ni de personas sino más bien pensando en el disfrute pleno de una situación. Recién me pasó.
Hoy tenía ganas de cocinar y decidí preparar calabazas rellenas con jamón, arvejas, morrón, queso y huevo. Tenía las tres hornallas encendidas, una para la calabaza, otra para hervir las arvejas y el huevo y, la tercera, con la pava. Estaba comenzando a preparar lo que sería mi cena. Con los dedos habría las vainas y quitaba las arvejas de adentro para cocinarlas. Desde el comedor sonaba Azules Turquesas de Lisandro Aristimuño y, como tenía las manos ocupadas, me incliné hacia la mesa para tomar el mate caliente que tenía cebado. Un juvenil viento de cuentos me despeinó las cejas. Aunque inmerso en la más simple cotidianeidad me sentí libre. En lo pequeño. En lo minúsculo. Pero libre.
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21:49
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Mi mamá tenía razón cuando me dijo que la papa podrida era una de las cosas que despedía más feo olor.
Lloró, pataleó y refunfuneó. Tuve que desprender una a una sus patitas agarradas a la pared y, entre lágrimas (suyas), la eché de casa.
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21 de septiembre de 2009
2:51
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El 16 de agosto elegí unos sillones en una coqueta mueblería ubicada sobre la avenida Belgrano que estarían en mi casa luego de quince días. En general, comprar sillones no genera un cambio radical en la vida de una persona y eso fue precisamente lo que me pasó. Los días transcurrieron hasta que una tarde mi comedor me recordó que faltaban los sillones.
El viernes 11 de septiembre llamé a la mueblería y un amable señor me informó que estaban atrasados con las entregas pero que el lunes o martes (más seguro el martes) mis sillones estarían ahí. "Son cosas que pasan", pensé, agradecí la información y corté.
El miércoles volví a llamar.
- Hola, qué tal? Yo compré unos sillones ahí y habían quedado en entregármelos en quince días, pero ya va un mes y yo sigo sin tenerlos. Hablé con usted el viernes pasado y me dijo que estarían para el martes, pero ya vé que es miércoles y yo sigo sin ellos.
- Sí, estamos atrasados con las entregas.
- Sí, de eso ya me di cuenta. Me gustaría saber cuándo los voy a tener.
- No sé, tengo que llamar a fábrica para que ellos me digan.
- Cómo "no sé"? Yo ya tendría que tener mis sillones!
- Sí, sabe qué pasa? Estamos con muchas ventas, entonces nos atrasamos con las entregas.
La naturalidad que envolvía los cínicos comentarios del vendedor era envidiable.
- Bueno, yo me alegro muchísimo por sus ventas! Pero yo quiero mi sillón en mi casa!
Alto ahí. Olvidé decir que había dejado $300.- de seña y había perdido la factura... No me convenía hacerme mucho el loco.
El jueves me llamó y me aseguró que al día siguiente los sillones estarían ahí y que el señor fletero me llamaría por teléfono para acordar la entrega. El viernes a las 20 horas llamé de nuevo y nadie me atendió.
Sábado a las 10:47 horas me suena el celular. Me despertó, atendí y era el fletero preguntándome si podía venir en ese momento. Acepté y me dijeron que estarían acá en cuarenta minutos. ¡La gente decente duerme los sábados a las once menos cuarto de la mañana! Obviamente, no me había acordado de tener plata en mi casa por lo que tuve que levantarme, vestirme y correr hasta un cajero a retirar lo que faltaba y volver.
Luego de un poquito más de dos horas llegaron. Subieron el sillón y lo dejaron en el comedor.
- Emm... faltarían las riñoneras, no? (Nota: Cuando fui a comprar sillones aprendí que las "riñoneras" son unas cosas acolchonadas que van sobre los apoyabrazos).
- A ver... sí. Parece que no las hicieron en la fábrica. Llame a la mueblería y haga el reclamo.
- Sí, muchas gracias por todo.
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Matías
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1:09
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La búsqueda comenzó de lo más tranquila, con más pausa que prisa. Pero a medida que el tiempo pasaba y el hedonismo ganaba peso en mi personalidad el trámite se volvió más expeditivo. El asunto es que un domingo de elecciones visité un departamento grande y luminoso en Caballito que me gustó mucho. Volví a mi (anterior) casa con una decisión casi tomada. Por más paradójico que pareciera, sólo necesitaba la aprobación de mis padres para seguir adelante con el plan. No es que el voto positivo de aquellos resultara fundamental desde un punto de vista funcional, es sólo que en mi mente las decisiones son un poco más correctas si ellos están de acuerdo conmigo. Todos los martes la Lic. C trabaja conmigo para eliminar esta manía. Bernardo, el dueño, aceptó que mis padres y yo visitáramos el departamento una vez más el miércoles por la mañana.
El silencio sepulcral de ellos mientras miraban el departamento me estaba empezando a causar dolor de espalda. A los minutos mi padre sentenció: "Si a vos te cierra desde la plata, dale para adelante. A mí me parece lindo". Uno a cero.
- Qué te parece?
- Emm, no sé... los pisos son patéticos.
Seis a uno abajo.
Los adjetivos con los que mi madre etiquetó los pisos, la mesada de la cocina, los marcos de las puertas y hasta el portero eléctrico me dejaron desnudo enfrente de una multitud. Claramente no estaba contando con esa aprobación que me regala una tranquilidad espiritual. Miedo, incertidumbre y vergüenza son algunos de los sentimientos que se me fueron atravesando durante el rato que duró la visita. Sin embargo, cuando me di cuenta de que jamás recibiría una aprobación que me invitara a convertir mi cuarto en el cuarto de la casa de mis papás donde yo dormía la bronca y la indignación aparecieron. Hey, fue muy positivo! Tenía un motivo para dar un portazo! Ok, no fue tan así. Pedí un descuento, como me aconsejó mi madre y me quedé a la espera de una respuesta. Esa noche Bernardo me avisó que estaba dispuesto a recibir cien pesos menos por mes así que no había nada más que pensar.
La parte de los trámites es aburrida.
Lo importante es que hoy estoy escuchando Dancing Mood y tomando mate en el comedor de mi casa.
Y me acabo de comer una porción de tarta que me traje de la casa de mis papás. No todo puede ser perfecto.
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Matías
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1:08
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Cuando uno tiene una muy buena relación con sus padres y una madre que cocina excelente y le lleva el desayuno a la cama cada día es difícil abandonar el nido. Sin embargo, teniendo un trabajo estable, un ingreso que permite cumplir con los gastos mensuales que acarrea vivir solo, un título universitario en mano y habiendo cumplido mis, ya no tan púberes, veinticuatro años, ya era hora de ponerme el delantal de amo de casa y salir a buscar un departamento.